En otoño, la naturaleza parece desprenderse de lo que no es esencial. Siguiendo sus pasos, también nosotros podemos soltar lo que ya no nos sirve.
Comienza el otoño. Maduran los últimos frutos y caen las primeras hojas. Si la primavera es tiempo de renovación y el verano de plenitud, el otoño es tiempo de maduración y culminación, de soltar y de sembrar las semillas de lo que dará fruto el año próximo. Una estación para la reflexión y la intuición.
LAS EMOCIONES SINTONIZAN CON LA NATURALEZA
En el mundo de hoy, sobre todo en las ciudades, las prisas y la tecnología nos hacen aveces olvidar en qué momento del ciclo anual nos encontramos. Sin embargo, para abrirnos a la armonía del mundo es esencial conectar con los ritmos de la naturaleza; percibir los cambios y los ciclos, en el macrocosmos y en el microcosmos de nuestro interior; sentir cómo se manifiestan el transcurrir de los días y noches y estaciones.
La metamorfosis del mundo nos cambia también a nosotros. Con el paso de las estaciones no solamente cambia la naturaleza que nos rodea, también se transforma nuestra existencia, que sintoniza con nuevos ritmos de luz y oscuridad, de calor y frío, cambios en la humedad y en los vientos que renuevan el aire, cambios de actividad en los ciclos del agua, flora, fauna y cielos.
Atrás queda el lúdico paréntesis del verano y vuelve a comenzar el curso, la vida. El paso del verano ha ido secando el aire y, por eso, en otoño disfrutamos de cielos especialmente nítidos, de día y de noche. La luz de la primavera es joven y agitada. La del otoño es sabia y madura.
MOMENTOS PARA INTERIORIZAR Y SOLTAR
En la filosofía china, el otoño es una estación yin, tendente a lo receptivo, a la intuición y a la interiorización. La savia de los árboles se retira de las hojas y ramas y vuelve hacia las raíces. Los animales disminuyen su actividad. Anochece cada vez más temprano y poco a poco vuelve el frío.
El otoño se asocia tradicionalmente a la melancolía, nos retiramos del mundo exterior, física y psicológicamente, y nos volvemos hacia el interior. Pasamos menos tiempo al aire libre y estamos más en casa, dedicados a actividades menos energéticas que las del verano: leemos, conversamos y podemos volver a gozar del fuego del hogar.
Las puestas de sol son más largas que en verano. Por eso el otoño nos regala un festival de cielos rojizos, reflejo de los tonos cálidos que cubren primero las hojas de los árboles y luego el suelo, para convertirse en fértil humus del que volverá a brotar la vida.
En otoño emanan de la tierra nuevos aromas y un olor a plenitud impregna el bosque. Decaen las hojas y las flores, pero abundan los frutos. Brotan las apreciadas setas, maduran las bellotas, nueces, avellanas, algarrobas y castañas.
Nos corresponde soltar lo que ya no necesitamos, desapegarnos de las formas de ser que ya no dan fruto, encontrar un lugar de calma interior y prepararnos para empezar de nuevo.
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